Conozco bien el caso de A Coruña, ciudad en la que vivo, en donde los poquísimos puntos de carga existentes son para uno o dos coches y la mayoría están ubicados en talleres, concesionarios o centros comerciales alejados de la ciudad. Hace cuatro meses cambié de coche y rápidamente descarté la posibilidad de hacerme con un eléctrico intermedio porque no me salen los números y porque me desesperaría a la hora de cargarlo. Me refiero a comprar un coche para ir a diario al trabajo (a 15 km de mi casa) y poder viajar varias veces al año con mi familia, no de comprar un urbano ultrapequeño, con maletero muy pequeño y con una autonomía ridícula. Para más inri, veo que se siguen abriendo modernas y amplias gasolineras en mi entorno y ninguna de ellas ha instalado una sola toma eléctrica. Buena prueba de lo que escribo es que apenas veo coches eléctricos circulando.
Si viviese en una casa unifamiliar, un chalé o un adosado con garaje propio, otro gallo cantaría, porque lo cargaría mientras duermo plácidamente. Pero soy del montón, vivo de alquiler, no veo iniciativa alguna para electrificar nuestros garajes y me niego a pagar un pastón por un punto de carga personal en la plaza donde aparco, que ni siquiera es mía. Todo esto sucede mientras las eléctricas y sus puertas giratorias nos insultan cada día con sus abusivos precios y el Gobierno está a verlas venir. Con estas circunstancias adversas, apenas hay margen de maniobra. Así que, sintiéndolo mucho, no podré dar el salto al eléctrico hasta dentro de bastantes años, cuando el poder fáctico y todo el sector automovilístico se pongan/nos pongan literalmente las pilas a los españoles no capitalinos.
LHD :: El venenoso «smog» que respiramos
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