Nacionalegoísmo

No hay muchas vueltas que darle. Lo que sucede en una parte de Cataluña — también en el Reino Unido con el Brexit– es fruto de un inmenso egoísmo. La RAE define el egoísmo como «inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás». Si sumamos al ego (el yo) el término nación, surge un neologismo que lo resume todo: el nacionalegoísmo. Todo gira alrededor del yo nacional, del ego patrio, sin pararse a pensar que vivimos en un mundo globalizado, sin apenas fronteras y que recluirse en el terruño es un claro paso atrás.

El domingo 1 de octubre centenares de miles de catalanes saldrán a la calle para intentar votar en un referendo ilegal, rechazado por la comunidad internacional, sin detenerse ni un momento a pensar en los pros y contras de semejante decisión colectiva. El resto de catalanes (millones) se quedarán callados en casa, tal y como han hecho en los últimos años, con ese miedo en el cuerpo a traicionar a la tribu secesionista capitaneada ahora por la CUP. Un egoísmo nacional que buena parte del resto de España no entendemos y compartimos porque apostamos por mantener el todo, por seguir remando juntos como país para volver a lograr objetivos tan ejemplares como lo fue en su día Barcelona 92. ¿Se acuerdan?

Pero no hay forma. Una parte de la sociedad catalana sigue callada, silenciada y anulada. La otra –la radical, institucional y ruidosa– acelera a fondo para constituirse en república bananera en medio de Europa, sin rumbo, sin línea de flotación y con las bodegas llenas de oportunistas y vacías de un proyecto sólido de futuro. Ellos quieren cortar amarras. Ellos sabrán. Cuando las corten, que algún día lo harán, ya no habrá cuerdas de rescate ni ganas de buscarlas.

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