
Entre un articulista y un articulisto hay un palmo de narices. Justo el centímetro que separa al saber hablar del hablar de más.
Qué fácil es observar y opinar y qué cuesta arriba se hace el ejecutar, decidir y ordenar. La verborrea sobre los errores y aciertos de los otros desde la barrera del pienso luego existo es un
ejercicio facilón. Muchas veces propio de
bocazas y soplagaitas. Lo complicado es terminar lo que nadie quiso empezar, resolver lo que se tuerce y aportar soluciones. Los articulistas, analistas, columnistas, colaboradores, opinantes y bloggers siempre jugamos con la ventaja de
salpicar sin mojarnos, de
sentenciar con palabras al que intenta solucionar. Es nuestra misión vigilar al brazo ejecutor y radiografiar sus movimientos. Escanear sus tropiezos y, rara vez, elogiar sus aciertos.
Digna tarea ésta de teclear. Lo malo es que de vez en cuando algunos caen en el error de
afilar demasiado la lengua sin haberse informado bien. Y en esto me incluyo. Que conste en acta.
No me creo eso de que escribas sin fundamento. Posiblemente lo hagas contagiado por tus colegas. Es verdad que los comentaristas políticos, deportivos y otros hablan más de la cuenta porque tienen la obligación de llenar espacios en diarios, televisiones y periódicos. Los gratuitos, con sus informaciones breves, sufren menos ese problema.
ResponderEliminarHay muchas personas que son así, hablan mucho y no hacen nada, pero tampoco caigamos en generalizaciones. Hay muchos que comentamos pero tambien hacemos.
ResponderEliminarPor otro lado, la opiniones puras no son de por sí malas, sino la forma en que se hagan. Por ejemplo, la crítica tradicional es inutil, pues lastima el ego.